Recientemente, ¡mi hijo entró a la Universidad! Todos estamos felices…, sobre todo él. Creo que este es el premio a su gran esfuerzo, su constancia, su determinación, han sido muchos años, muchas clases, muchas terapias… Y aunque este no es el final, sí concluye una etapa e inicia otra.
Desde bebe fue un niño lleno de vida, inquieto, curioso, a quien alentábamos en su descubrimiento del mundo… Luego entró al preescolar, y aunque inquieto era algo manejable. Nunca tuve una queja del nido que me hiciera pensar en que algo no estaba bien.
Con el inicio de la primaria y la escolaridad formal aparecieron las primeras dificultades. Yo trabajaba directamente con él sus tareas, así que sabía de su esfuerzo, el cual no se reflejaba en sus notas. Así, cada año su promedio general bajaba un punto y su autoestima bajaba “varios puntos”: estaban los amigos que comparaban las notas, las reprimendas de los profesores, sin entender muchas veces el por qué de ellas.
Al llegar al 5.º grado, su frustración era muy grande y yo no sabía qué pasaba, muchas veces regresaba a casa muy deprimido porque por algún motivo le había ido mal en un examen para el que había estudiado tanto. Yo veía que era un chico inteligente, pero perdía muchos puntos por su distracción, no terminaba tareas, olvidaba sus cosas en el colegio, etc.
Sentía su sufrimiento y el mío al no poder ayudarlo, pues por más que revisaba sus tareas y lo ayudaba día a día, sabía que esto no era suficiente. Allí decidí que si mi hijo tenía algún problema había que enfrentarlo y ayudarlo.
Y aquí vino el primer cambio de colegio…, lo conversamos con él y estuvo de acuerdo, aunque no le fue fácil. Primero fueron las evaluaciones neurológicas, psicológicas, cognoscitivas, etc. Luego las pruebas en los diferentes colegios.
Producto de las evaluaciones tuve por primera vez un diagnóstico de Déficit de Atención y fue medicado, aunque no tuve mayor información. La medicina y el nuevo colegio parecieron funcionar bien en un inicio y le permitió avanzar un poco y mejorar su autoestima, pero pronto las dificultades volvieron a aparecer. La medicina le permitía controlar su Hiperactividad-Impulsividad y mejoraba su atención, pero no suplía las herramientas intelectuales que no había desarrollado en años anteriores (a pesar de diferentes cursos, talleres de apoyo, profesores particulares, etcétera).
Acertadamente, en casa siempre supimos separar sus dificultades para el estudio de su desarrollo personal; mientras el tiempo le alcanzó, hizo deporte y siempre tuvo un espacio para la diversión y socialización propias de su edad.
Si bien había mejorado bastante, al terminar el III de secundaria, el balance era insuficiente. Necesitaba de una mejor preparación si pensaba seguir estudios superiores. Decidimos, tanto mi hijo como nosotros, que debíamos enfocar todo el asunto de manera integral, pues hasta ahora hacíamos las cosas por intuición, recomendación, etc.
Al diagnóstico y apoyo médico, aunamos mucha información y conocimiento, nos preocupamos por entender todo acerca de este trastorno. Este fue el gran momento. Conociendo y aceptando tanto sus potencialidades como sus limitaciones, tomó la decisión de regresar a su colegio original y se inscribió en el Programa de Bachillerato Internacional.
Han sido dos años de estudios muy fuertes, mucho esfuerzo, disciplina, coraje. Hoy todo este esfuerzo se ve recompensado con el diploma del bachillerato y su ingreso a la universidad. A la cual ha ingresado a estudiar Psicología, principalmente motivado por aprender aquello que le sirva para ayudar a los futuros niños que, como él, tengan TDAH.
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Testimonio aparecido en el boletín electrónico n.º 7 del APDA, del 14 de marzo del 2005.