La verdad que siempre recuerdo como anécdota y como un punto de partida (aunque entonces lo ignoraba) el hecho de que cuando nació mi primer hijo (hoy tiene 10 años) estando todavía en la clínica, cuando se acercaba la hora de la lactancia la enfermera de turno de la Sala de bebés me llamaba media hora antes para decirme que me iba a llevar a mi bebé antes porque lloraba tan insistente y fuerte que temía le despertara a toda la ‘tropa’ en neonatología.
Una vez en la casa definitivamente como mamá primeriza yo no tenía referencia alguna para comparar, y bueno era un bebé muy demandante y geniudo. En dos oportunidades me hizo ‘crisis del llanto’ o ápnea y me dio el susto de mi vida. Las horas de dormir eran una pesadilla porque simplemente no dormía períodos largos jamás y la verdad que a esas alturas la dulzura de esos cuadros de bebés durmiendo plácidamente, para mí eran nada más que producto de la mera imaginación. Mi bebé sentía cualquier ruido, muchas veces ni yo lo percibía pero lograba despertarlo a él. A medida que fueron pasando los meses él iba creciendo y convirtiéndose en un niñito muy vivaz, alegre, espontáneo y cariñoso, pero muchas veces pataletudo.
Recuerdo una vez a los dos años en una de nuestras constantes visitas a Wong. En el camino se había quedado dormido pero apenas cuadré el auto rápidamente se despertó. Para cuando lo senté en el cochecito estaba aún como adormecido cuando de pronto vio algo que lo encaprichó y yo traté de explicarle que por ese momento no se podía y bueno, empezó una pataleta incontrolable. Tan fuerte fue que opté por sacarlo del carrito y llevarlo al baño a lavarle un poquito la cara. En esas estaba cuando una señorita trabajadora de la tienda entró en el baño y me preguntó mirándome directa y seriamente a los ojos si yo era la madre del niño!!! Quién sabe, supondría que se trataba de un rapto o algo similar. Tuve que secarle la carita y ya estaba más calmado pero para cuando salimos del baño volvió a chillar hasta que llegamos al auto y entonces allí recién terminó de tranquilizarse y se volvió a quedar dormido en su sillita… Este evento fue para mí más que agotador y me dejó sumida en un mar de sentimientos encontrados y de preocupación. Lo peor de todo era que no sabía por donde empezar a comprender a mi hijo. Tiempo después leyendo un libro de TDAH descubrí que en algunos casos estos niños son hipersensibles a todo cambio brusco de temperatura y de luz y ello les causa una incomodidad extrema y allí entonces entendí el por qué de aquel día.
Pero bueno, cuando mi niño cumplió los 2 años 10 meses ya era hora de que empezara a asistir a un nido, así que empezaron las visitas de tiempo parcial al nido acompañado por mí. Todo era maravilloso mientras me veía cerca. El caos empezaba cuando de pronto yo tenía que irme. Mi excusa era que lo dejaba para traer pancito y lo recogería para comerlo juntos. Nunca le fallé ya que siempre volvía a la media hora con los pancitos, y así la hora de la recogida se fue dilatando.
Finalmente después de algunas semanas me dijeron que tenía que llevar a mi hijo a hacer algunos “descartes”. Me recomendaron a una neuróloga para que descartara si oía bien (era distraído y no acataba las órdenes grupales) y luego me pidieron un electroencefalograma (conducta indebida). Las quejas eran que era un niño con ausencia de límites grupales, distraído y muy dado a las pataletas fuertes, y con esto me refiero a aquellas en que se tiran al piso y dan de patadas y gritos. Todo este comportamiento se vio incrementado con la ida al nido (claro está que la presión que sentía y también las constantes llamadas de atención lo estaban estresando aún más). En resumidas cuentas la primera experiencia del nido para mi hijo fue caótica. Llegó al punto de pegarme y decirme cosas como “te odio” y pataleaba de cólera y descontento cuando veía el uniforme. La noche previa la pregunta clásica era: ¿Mamita, mañana tengo nido? Recuerdo el día cuando después del almuerzo lo echaba en su camita y yo a su costado le contaba un cuento o lo hacía escuchar música clásica para relajarlo y de pronto él me dijo: “¿Sabes mami? Yo soy malo y malcriado”. La verdad que recuerdo aquellos días como días muy confusos y realmente duros de atravesar. Desgraciadamente yo no tuve suerte con la profesora de turno en un principio, pero para cuando hablé con ella con los resultados de las pruebas, sí hubo un entendimiento mejor del caso y mayor paciencia hacia él y en conjunto con su medicación se logró muchísimo bienestar en él. (Es indispensable que el tema del TDAH sea conocido ampliamente y difundido por el bien de tantos niños que lo tienen).
De la primera reunión con el nido se concluyó que debía llevarlo con la neuróloga para que le hiciera un descarte de oídos. La cita fue inmediata y de allí se definió que era un niño muy despierto y que no sufría de los oídos. Recuerdo que la doctora me dijo: “Su hijo es un niño muy despierto y en muchas pruebas supera lo que se espera de él, pero me inclino a pensar que se trata de un niño con ADD, y si fuera así le adelanto que no será un camino fácil de recorrer”. Con esas palabras se acabó la cita. Yo no tenía idea de qué era eso de ADD así que fui donde el neurólogo de una importante clínica, siguiendo el hecho de que se me había pedido un examen neurológico. Me recibió con mi hijo y para cuando le expliqué el por qué estaba allí se agarró la cabeza en un gesto de desesperación y me dijo: “Señora, ¿sabe usted cuántos niños me los derivan con el mismo problema? La ignorancia es grande”. Acto seguido se volteó y me sacó de su escritorio un archivo bastante grueso en donde explicaban completamente el TDAH. De todas maneras revisó a mi hijo y lo encontró en perfecto estado. ”Los electroencefalogramas son única y exclusivamente para casos en los que los niños convulsionan”. Terminámos la cita hablando de casos de personas que también se les había diagnosticado con TDAH y que se habían logrado en la vida así que con ello algo me tranquilizó, pero la verdad que al salir de allí tenía la sensación de que cargaba en mis manos nada menos que la ‘sentencia de mi hijo’.
Posteriormente fui donde otro neurólogo y él decidió medicarlo. No era lo usual hacerlo siendo tan pequeño pero dada la situación de mi niño, en que su autoestima estaba tan golpeada, era recomendable. La verdad que no dudé en darle el Ritalín ni por un instante y de a pocos mi hijo empezaba a cambiar en el sentido que salía más contento del nido, con sus stickers de reconocimiento. De a poquitos empezó a ir más confiado al nido y a comprender que yo no lo dejaría de recoger. De a poquitos empezó a recuperar su autoestima y confianza y así acompañado de sus terapias de lenguaje y conducta (3 veces a la semana con profesionales de una institución especializada) logramos terminar un año bastante difícil.
Al iniciarse el siguiente año, el tercero de nido, las terapias siguieron mas no la medicación. Ingresó a un colegio bilingüe con muy buen puesto y el primer año en Kinder lo pasó bastante bien pero no faltó la cita en la que me comentaron de ciertas cosas que habían notado en él, las cuales yo obviamente ya conocía. Hablando de su trayectoria en el nido consideramos la posibilidad de que para el primer grado pudiese necesitar del Ritalín nuevamente por el asunto de su concentración más que nada, para lo cual yo lo volví a evaluar aquella vez con otra neuróloga, quien definitivamente estuvo de acuerdo en ello dado el caso de mi hijo y obviamente de las pruebas que ella le hizo.
Anualmente lo llevo a donde ella antes de iniciarse el año escolar para una evaluación. Mi hijo no ha dejado de tomar su medicación a lo largo de sus años escolares. Actualmente cursa el cuarto grado y es un niño feliz en su colegio. Sí es verdad que en algunos momentos ha tenido dificultades con el idioma y las matemáticas, pero nada graves ya que con ayuda del vínculo profesor/padres los ha revertido satisfactoriamente. Tiene momentos difíciles, ya que son parte de sus características el no tolerar la frustración y el serle tan difícil lograr mantenerse sentado para hacer las tareas. Por las tardes al llegar del colegio siempre se relaja una media hora y luego hace deporte, lo cual si bien alarga la hora de la tarea, lo relaja y lo descarga de las tensiones del día. Es un niño sumamente diestro en el deporte lo cuál incrementa su autoestima y eso es excelente para él.
A lo largo de estos siete años en la ruta del TDAH los dos hemos estado muy cerca y les digo que se necesita una paciencia divina para lograr no estallar, pero todo esfuerzo es válido. Constantemente trato de leer e informarme y así poder manejarlo mejor. No es un camino fácil y definitivamente es todo un reto el criar a un niño con estas características. Hay veces que tengo la sensación de estar domando a un ‘potrillo salvaje’, pero les aseguro que todo sacrificio y esfuerzo es valioso. Con sus 10 años pronto se cerrará la puerta de la niñez y se abrirá la de la pubertad y adolescencia, un camino por cierto difícil ‘para los dos’, pero felizmente el tema del Déficit de Atención empieza a difundirse cada día más intensamente y los recursos para apoyar tanto a los niños, jóvenes y padres también empiezan a surgir, y entonces el reto se perfila con mayores posibilidades de éxito.
En cuanto al hecho de medicarlo puedo decirles que jamás dudé en hacerlo o no. Como siempre lo repito, para mí es un asunto de ‘calidad de vida’. Si su organismo lo necesita ya que lo que ellos tienen es un ‘déficit’, por qué no dárselo. Yo he visto, y continúo viendo, los buenos resultados de su tratamiento. Es un medicamento usado hace mucho tiempo ya y si bien se oyen comentarios contrarios, no hay nada resuelto al respecto. Lo único que sí es contundente es la gran ayuda que ello significa para estos niños que tienen déficit de atención e hiperactividad, con todo lo que ello conlleva. Ahora, claro está que no sólo el medicamento actúa como magia, estos niños o jóvenes necesitan mucho apoyo y soporte emocional. Se necesita también, como padres, el estar bien informados al respecto para poder estar ‘allí’ en los momentos difíciles por los que pasan y salir airosos y no vencidos. En mi experiencia personal puedo decir que a medida que él va creciendo y madurando es aun mejor porque él empieza a ser capaz de autoevaluarse.
Tengo un segundo hijo con el que se lleva 5 años y bueno, allí afloran los celos, las peleas, la impulsividad, la poca tolerancia, las preguntas clásicas de ”¿y por qué a él sí y a mí no?”, “¿por qué él tiene más y yo menos?” Todas preguntas clásicas quizás de la niñez, pero en estos niños tres veces más frecuentes e intensas.
Definitivamente son niños difíciles, es todo un reto el lograr llevarlos por el camino adecuado y toda una prueba de fortaleza emocional y física para nosotras las mamis. Pero les puedo asegurar que cuando estas semillitas reciben todo el apoyo que necesitan en el sentido de comprensión, soporte emocional, medicación, paciencia, estímulos positivos, aprobación y reconocimiento a sus logros, brotan de ellas unos tallitos maravillosos que uno ya puede visualizarlos como fuertes y sólidos árboles en un futuro.
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Testimonio aparecido en el boletín electrónico n.º 9 del APDA, del 15 de septiembre del 2005.