Estimados papás y mamás: creo que contar mi experiencia puede ayudar a algunos padres.

Desde bebé nuestro hijo Álvaro fue un niño tranquilo, muy observador, solía examinar cualquier cosa que caía en sus manos con sorprendente atención por un buen rato. En realidad todo iba muy bien, recuerdo que a los dos años y medio bailaba bastante bien y con gran ritmo.

Cuando tenía dos años y algunos meses nos preocupamos porque hablaba muy poco. El pediatra dijo que no nos preocupáramos hasta los tres años. A los tres años y medio tenía varios problemas de pronunciación, lo que se corrigió en algunos meses con terapia.

Alrededor de los seis años, nos empezó a dar trabajo para mantener la rutina diaria, los hábitos y horarios como comer y no pararse o ponerse a jugar, bañarse a su hora y no dar mil vueltas antes o poner pretextos para entrar al baño, acatar órdenes en forma inmediata, como vestirse sin ponerse a jugar etc. En la medida en que Álvaro debía ser más autónomo, la cosa empezó a salirse de control, en el sentido de que no podíamos confiar en que él realizaría las tareas sin un seguimiento cercano constante y agotador.

Todo esto lo atribuimos a falta de límites y al nacimiento de nuestra segunda hija. En el colegio, ya en Kinder, también nos hablaron de que debíamos poner más énfasis en los límites y reglas, pero no detectaron el déficit de atención e hiperactividad.

Le hicieron una evaluación psicológica y también lo llevamos a un neurólogo, quien dijo que se trataba de un niño malcriado y que no tenía problema alguno. Y así empezó el calvario de ir de psicólogo en psicólogo y de neurólogo en neurólogo, quienes atribuían su conducta a cualquier cosa menos a un déficit de atención, que era lo que yo al final les planteaba de frente. Un neurólogo bastante conocido, director de una clínica y ya bastante mayor, nos dijo: “No tiene problemas de hiperactividad ni de nada, es su forma de ser”.

En primer grado tuvo dificultades con el aprendizaje de la lecto-escritura e idioma. También  tuvo problemas a nivel de interrelaciones con sus pares: era impulsivo, tendía a enojarse fácilmente y le faltaban recursos para defender su punto de vista o defenderse frente a alguna agresión. Nos propusieron que hiciera primer grado nuevamente por falta de madurez, a pesar de que las notas eran buenas. El decidir dejarlo en primer grado fue difícil para nosotros y para él, como padres nos sentíamos un poco culpables y además él, como era de esperar, nos culpó por la pérdida de sus compañeros.

Ese verano nuevamente sometimos a nuestro hijo a varias evaluaciones psicológicas, psicopedagógicas y neurológicas en la clínica donde estamos afiliados y no detectaron nada. Por lo que pensamos que había que considerar el tema de que se tratase de inmadurez.

Comenzó primer grado nuevamente y nosotros estábamos muy contentos, pues ya habíamos asumido la decisión, además le asignaron una maravillosa tutora y profesora, una verdadera maestra que tuvo por dos años. La calidad de los profesores es muy importante, sobre todo en los casos de niños con TDAH. Así Álvaro fue integrándose poco a poco.

En los dos primeros meses se veía que tenía dificultad para jugar con los niños de su curso, pero parecía que la cosa era un asunto de adaptación. En la casa la cosa seguía fuera de control, era difícil que Álvaro cumpliera con la rutina elemental, por el contrario parecía que iba perdiendo hábitos que había adquirido de más chiquito. El perder su chompa, dejar libros y tareas y cartuchera, etc. en el colegio, era cosa frecuente. Alguien nos recomendó a una neuróloga  especialista en niños, quien fue la única que luego de hacer un par de preguntas dijo que Álvaro padecía de déficit de atención. Ella nos pidió una evaluación psicológica y un electroencefalograma, diciéndonos que cuando tuviéramos todo regresáramos.

Entre tanto Álvaro manifestaba que no querían jugar con él y la profesora nos había informado que era muy impulsivo, tendía a responder físicamente ante cualquier provocación o si por casualidad era golpeado o  se reían de él, etc. No dijo que necesitaba ayuda para tener un mejor autocontrol y que además tendía a molestar a sus compañeros durante las clases.

Un día Álvaro muy triste luego de molestar a su hermanita y ser rechazado por ella, me dijo llorando: “Mamá, ¿sabes que siempre me  pasa lo mismo?”.  Nadie  lo quería porque siempre estaba molestando a los demás niños en el colegio, pero era algo que no podía controlar, algo que no sabía por qué no podía dejar de hacer.

Con el diagnóstico de la neuróloga  y la confesión de Álvaro, para nosotros fue suficiente y como él hermano de mi esposo es medico en EEUU, le encargamos la atomoxetina (Strattera) en relación a su peso 28 kilos o sea 40 mg.

Decidimos atomoxetina debido a que la dosis era una vez al día y a que no era un estimulante. Teníamos prejuicios respecto al Ritalín, en Internet se decían muchas cosas del Rítalín y nos dejamos llevar. Del Strattera aún no se hablaba…

Todo comenzó bien y el estrés familiar bajó y Álvaro comenzó a adquirir más seguridad respecto a lo académico y en general estaba más consciente de las cosas. Pero los cambios de conducta no fueron considerables y con el tiempo la mejora en la parte académica se mantuvo, y aparecieron otras manifestaciones como una actitud malhumorada, un tanto apática, como si perdiera la alegría de vivir o disfrutar las cosas. En las noches, especialmente, se le ponían muy rojas las orejas y los pies se le ponían muy fríos. Se sumó la somnolencia en horas de clases y los continuos dolores de estómago, por lo tanto una falta de apetito constante; hacía muecas sin darse cuenta, si bien no eran tics, tenía una especie de tics verbales, repetía una pregunta muchas veces o repetía una frase seguidamente por un buen rato; estaba irritable y de llanto fácil; y continuamente estaba con gripe y otitis. Decidimos darle la dosis en las noches, lo que no fue significativo, tal vez tuvo menos somnolencia en clases y un poco más de apetito por la mañana.

Terminó el año 2004 bien en el colegio, muy buen promedio, pero las vacaciones del 2005 de verano fueron un infierno, debía llevarlo a todas partes conmigo, desarrolló miedos, por ejemplo a la oscuridad, ansiedad ante los buenos y ante los malos  acontecimientos. Sufría de dolores de cabeza. Comenzó a bajar de peso. Lo más grave fue que comenzó a sufrir de una terrible ansiedad y ésta iba creciendo y se llegó a manifestar físicamente: sudor, dolor de estómago, vómitos, diarrea, todo produciéndose en un mismo episodio; era tal su ansiedad que ya no podíamos salir de casa con mi esposo, sin que Álvaro no se descompensara.

Algo que lo tuvo contento fue el practicar fútbol en una conocida academia de fútbol donde realmente le fue muy bien, pues era todo un goleador. Por lo que cuando entraron a clases en marzo, continuamos con las prácticas, pero se fatigaba mucho. En dos  oportunidades, mientras entrenaba, sufrió una descompensación: se quedó sin aire y con altas palpitaciones; demoró en recuperarse. Realmente me llevé un gran susto. No era un tema de hidratación, ya que tomaba Gatorate o Electroligh.

Lo llevamos al médico y me derivaron a un cardiólogo, también a control con la neuróloga que lo trataba, la que venía llegando de un congreso en Holanda y venía fascinada con el Strattera. Por otro lado Álvaro comenzó a desarrollar algunas conductas obsesivas y maníacas lo que me alarmó más todavía. La neuróloga mandó a hacer una evaluación psicológica, diciendo que podía haber algo de fondo y quería descartarlo.

Decidimos con mi esposo descontinuar la medicina en los fines de semana primero, después dos días más, los días de práctica de fútbol, y vimos que mejoraba notoriamente su capacidad física y su estado general, ya casi no había fatiga. Por esta razón decidimos dejar de darle la medicación y hubo un gran cambio en su estado de ansiedad, que fue bajando poco a poco hasta desaparecer, se fueron los miedos y dependencia, los sudores fríos y los vómitos. Se convirtió en un niño tranquilo, pues  antes él me decía: “Mami por qué no se me quita lo nervioso, cómo quisiera no ser un niño nervioso o que existiera un mago que me quitara lo nervioso y el dolor de estómago, solo cuando tú estás y me abrazas me curas de lo nervioso”. Esto ya era abril del año 2005.

Poco a poco al ir desimpregnándose de la medicación Strattera, comenzaron a aparecer problemas académicos, especialmente en castellano y en el idioma extranjero. También empezaron los problemas de interrelaciones con sus compañeros y al finalizar el semestre era urgente que mejorara en estos tres aspectos. Consideramos que se ganó en lo referente a la fijación de hábitos. Pero cuando se le pedía algo a Álvaro, no entendía bien lo que se le estaba pidiendo, tenía dificultades en comprender instrucciones.

Cuesta asumir que el diagnóstico es definitivo, por lo que luego de indagar y pasearnos por toda clase de teorías sobre el problema de nuestro hijo, desde terapias psicológicas para nosotros como padres, terapias psicomotoras para él, posible cambio de colegio, niños índigos, cambio de alimentación, flores de Bach, homeopatía, etc., etc., decidimos consultar con un médico experto en el tema.

Sinceramente no íbamos muy permeables a aceptar la medicación de Ritalín y pensábamos buscar su opinión respecto al diagnóstico. Pero fue claro: Álvaro tenía el Trastorno por Déficit de Atención y salimos con la receta de Ritalín en la mano. El doctor nos dijo que éramos libres de elegir, que podíamos seguir con Strattera, pero que la dosis era muy alta para Álvaro, que había estado sobredosificado. Nosotros le contamos las conductas y síntomas agudos que había empezado a manifestar y nos confirmó que en estudios recientes se notificaban casos infrecuentes de desarrollo de una conducta maníaca, que podía tardar en revertir.

Felizmente comenzamos con Ritalín y cuando llegamos a su dosis adecuada al cabo de unos 10 días, justo aprovechando las vacaciones de julio 2005, Álvaro consiguió en muy poco tiempo el equilibrio y la capacidad académica necesarias, y la aceptación de sus compañeros. Todos los prejuicios respecto a involucrar al colegio y a la aceptación por parte de este, fueron disipados, solo tuve que enviar la receta a través de la profesora; y por el contrario, estamos seguros de que el colegio a tenido una muy buena experiencia con los resultados del tratamiento. Alguien me dijo, ante nuestros prejuicios respecto a involucrar al colegio y que nuestro hijo sufriera los prejuicios por su condición de niño con Déficit de Atención, que mi hijo estaría señalado igual por la conducta y rendimiento que tenía sin tratamiento, que siempre sería mejor que estuviera en tratamiento con resultados, que en la situación en que se encontraba.

Es importante señalar que  Álvaro cuenta con terapia de apoyo una vez por semana. Sus notas en el colegio han subido y esto ha significado una gran mejoría en su autoestima. En cuanto a su desarrollo y peso todo va muy bien.

Espero haber aportado a este tema tan importante para nuestros hijos, que representa gran preocupación y un trastorno familiar en la mayoría de los casos. Me despido deseando lo mejor para sus hijos y toda la familia, así como un año escolar 2006 sin preocupaciones y gratificante.

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Testimonio aparecido en el boletín electrónico n.º 11 del APDA del 15 de marzo del 2006.