Tengo un solo hijo, tiene 12 años de edad y está en tratamiento por TDAH. Mi embarazo fue completamente normal, trabajé hasta el último día y no tuve mayores problemas, estaba muy feliz de tener un hijo porque años atrás me habían dicho que no iba a poder concebir. El día que nació se me rompió la fuente a las tres de la mañana y luego de llegar a la clínica tuve una fuerte contracción y luego sus latidos empezaron a descender, por lo que me llevaron inmediatamente a la sala de operaciones y me hicieron una cesárea de urgencia. Su nacimiento llenó de felicidad mi hogar, fue un niño buscado, esperado y recibido con mucho amor. El primer mes estuve siempre a su lado, luego tuve que empezar a trabajar y dejarlo con una chica; nunca me dio mayores problemas, era un bebe muy bueno, casi no lloraba, era muy despierto y sonriente.
A los nueve meses comenzó a caminar sin haber gateado nunca, desde aquel momento se veía que era un niño con mucho nervio, rápidamente corría por toda la casa y parecía una locomotora. Dormía muy pocas horas y era como si lo poco que dormía le sirviera para recargar sus baterías, era un niño con unas energías increíbles, una vitalidad impresionante, mucha alegría, pero incansable; yo pensé que así eran todos los niños, pero en el fondo me parecía que era agotador, fue terrible el día a día. Para mí, cada noche significaba un alivio porque me permitía descansar. Yo no tengo padres y los de mi esposo no viven acá, así que nunca tenía con quién dejar a mi hijo, su infancia fue muy agotadora para mí, nunca tenía respiro, trabajaba toda la semana y cuando llegaba el domingo era terrible el solo pensar en qué actividades organizarle para cansarlo, pero mis intentos siempre fueron en vano.
En sus doce años de vida nunca lo he visto realmente cansado, nunca se ha dormido de cansancio, siempre ha tenido muchos problemas para coger el sueño. Además, recuerdo que desde pequeño decía que dormir y comer era perder el tiempo, que lo único que él quería era jugar, pero ningún juego lo llenaba por completo, había que hacer magia y a veces la cosa menos pensada le gustaba para jugar, como por ejemplo el cortacésped. Nunca le llamaron la atención los rompecabezas, la tele, los juegos, nada; recuerdo que casi a los siete años descubrió la tele, un día me dijo: «Mamá, qué lindos los dibujitos» y recuerdo que por primera vez veía algo de vez en cuando, pero en general nunca le llamó la atención el nintendo ni el gameboy y llevarlo al cine era una pesadilla.
Desde que era pequeño, siempre hice que practicara algún deporte, hizo natación, fútbol y finalmente tenis de mesa. En todos los deportes siempre destacó a pesar de que no ponía mucho interés, pero el comentario de los profesores siempre fue que tenía unas cualidades enormes para el deporte. Era un niño a quien le gustaba mucho molestar, hacer bromas pesadas y en general fastidiar a quien pudiese, esto le ocasionó un grave problema social, no tenía amigos y cuando conocía a alguien, lo invitaba todos los días hasta agotarlo. Siempre fue un niño muy ansioso, lo es hasta ahora, obsesivo, negativo. Recuerdo que desde que era pequeño, yo le comentaba a mi esposo que lo veía raro, no sabía por qué, pero raro; visité a muchos psicólogos pero nunca lo pudieron ayudar a él ni a mí.
Cuando era pequeño lo llevaba a un centro de estimulación temprana, iba al nido en la mañana y luego en la tarde lo llevaba allá, estuvo hasta los cinco años, y la psicóloga me aconsejó que no lo pusiera en un colegio muy estricto porque iba a perder mi tiempo y mi dinero. Como yo había trabajado tanto para que estuviera en un súper colegio, lo hice postular, en contra de su consejo, a los mejores colegios pero no ingresó a ellos. Únicamente se quedó hasta el primer grado en el colegio al que logró ingresar, pues los problemas en el colegio eran terribles, casi no copiaba nada, todo el tiempo se distraía, y fastidiaba a todos en los recreos, se la pasaba completamente solo, poniéndole cabe a todo el que pasaba.
Finalmente, decidí cambiarlo de colegio y visitar a un neurólogo, quien le diagnosticó Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad y le recetó Ritalin. Mejoró con el medicamento pero siempre me pareció terrible tener que estar pendiente de darle una pastilla cada cuatro horas, pero así lo hice durante mucho tiempo; ni siquiera podía descansar en las vacaciones, ya que empezó a jugar tenis de mesa y la verdad es que este deporte lo ayudó mucho y el medicamento le permitía jugar con mayor concentración. Actualmente sigue jugando, desde hace tres años pertenece a la selección del Perú, y actualmente es de los mejores del país en su categoría; por tener doble nacionalidad también juega en España, estando entre los ocho mejores jugadores de su edad en ese país. Aunque todo esto suene muy bien, nuestra vida no ha sido un jardín de flores. Desde el año pasado se le cambió el Ritalin por un nuevo medicamento que se toma solo una vez al día, llamado Strattera, que es el que actualmente toma y cuando entrena toma media pastilla de Ritalin para mejorar su atención.
En general, puedo decir que mi hijo ha mejorado muchísimo en relación a lo que fue de pequeño, creo que fue tan difícil para mí su niñez que cuando lo miro ahora no puedo dejar de reconocer que ha mejorado mucho y así lo dicen todos. Este año ha pasado a primero de secundaria y la verdad es que dentro de todo no me quejo, pero sigo teniendo muchos problemas de todo tipo. Por ejemplo, en estas últimas vacaciones ha descubierto la computadora y los juegos en línea y está obsesionado con esto; sé que podré manejarlo como todo, pero siempre es un niño que abarca toda mi atención y la de mi esposo y nuestra vida girará a su alrededor. Nuestro tema de conversación siempre es él, y la verdad es que sigue siendo agotador a pesar de todo; quisiera decir que está estable pero no es así, reconozco que ha mejorado pero no lo suficiente, yo le dedico mucho tiempo y, gracias a Dios, tanto su padre como yo tenemos una relación maravillosa con él, nos quiere mucho y nos respeta mucho, pero el problema sigue latente con todo lo que lo rodea, en menor escala, pero sigue.
Siempre pienso que algún día dará un cambio y que todos los consejos y todas las cosas positivas que siempre le digo algún día prevalecerán; es mi único hijo, y quizás por algo Dios no me envió otro; llevo veinte años con mi esposo, nunca me cuidé y nunca tuve otro embarazo, como yo digo, Dios sabe por qué hace las cosas y siempre nos da lo que somos capaces de soportar. Yo llevo esto cada día mejor, sigo en la búsqueda de ayuda, de información, leo mucho para poder entender este problema y creo que lo llevo bastante bien, por lo menos siempre me quedará la satisfacción de que hice todo lo humanamente posible por sacar adelante a mi hijo, pero a veces me entra cierta incertidumbre sobre lo que puede ser su futuro; ahora entra a una etapa muy difícil y tengo que estar muy atenta a todo. A veces siento que nunca terminaré de relajarme por completo y vivir una vida normal, solo tengo tiempo para trabajar, para mi esposo y para mi hijo, y a veces siento que me falta tiempo para dedicarme a mí.
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Testimonio aparecido en el boletín electrónico n.º 3 del APDA, del 22 de marzo del 2004.