Soy psicóloga y hace un año, aproximadamente, empecé a acceder a información sobre el TDAH por diferentes vías y poco a poco, sin que esto sea producto únicamente del azar, me fui interesando en el tema y desde ese entonces hasta hoy vengo desempolvando algunos recuerdos que me permiten, en este momento, reconocerme como una persona con déficit de atención y a la vez ir dándole sentido a aquello que en un momento me causó dolor y frustración.

Ahora entiendo algunas reacciones de mis profesoras durante la primaria, pues tenía el arte de desesperarlas ya que cada vez que me preguntaban sobre alguna cosa, que probablemente llevaban horas explicando, mi mente solía estar en otra parte, por lo que rara vez contestaba.

Años después, me encontré con una profesora que, curiosamente, me contó una anécdota que al parecer ella recordaba mejor que yo: me había visto en el patio, a la hora de la formación y luego, en el salón, mientras tomaba lista y me llamaba por mi nombre, resulté no estar presente por lo que salió al patio a buscarme y me encontró buscando a mis compañeras.

Una vez dentro del salón todo continuaba más o menos igual. Mis cuadernos siempre estaban incompletos, era imposible para mí tenerlos al día, y debo confesar que lo sigue siendo, aunque esto no interfiere mayormente con mi capacidad de adquirir información, escuchar y copiar. Mi letra era un tema, constantemente me hallaba en la siguiente dicotomía: hacer mi examen por la mitad y con buena letra para que sea digno de recibir por la profesora o de lo contrario terminarlo con una letra probablemente ilegible, desbordada del renglón y así… Fui la última de mi promoción que aprendió a contar, solo una vez me saqué 20 en un dictado de números, nunca más hubo uno.

Todo esto, como es comprensible, fue creándome una reputación y como resultado comencé a tener una serie de ideas paranoides (tómese con el humor que corresponde). Cuando alguna profesora que yo nunca había visto me saludaba por el pasillo, la única explicación que yo encontraba era que los maestros hacían comentarios sobre mí.

Luego del colegio tenía clases particulares de varios cursos, pero recuerdo sobre todo muchas, realmente muchas, profesoras de matemáticas que iban cambiando en la medida que iban renunciando a seguir enseñándome. Recuerdo cómo mis padres se desesperaban por todas las malas notas que llevaba a la casa.

Llegué a tener la autoestima muy baja. En la secundaria algunas profesoras hacían constante alusión, y de manera pública, a mi incapacidad de captar sus explicaciones. Las matemáticas eran para mí casi imposible de entenderlas, lo curioso es que luego del colegio me fue muy bien con ellas en la academia. Mi rendimiento fue bastante oscilante y la diferencia de notas entre mis cursos preferidos y aquellos que no me gustaban o mejor dicho los que no logré agarrarles el gusto era abismal y directamente proporcional a la simpatía o antipatía que cada profesora despertaba en mí (compréndase mi actitud). Hoy me sorprendo cuando me veo interesada en la geografía o en las matemáticas, aunque sea por un momento.

Una compañera a la que hoy considero mi amiga y a la que estimo y quiero mucho, se sentaba al lado mío, fue siempre una de las primeras del salón y siempre tuve que soportar comparaciones. Al final de cada año, durante la primaria, me llamaban a recibir el diploma de “mejor colaboradora con profesoras y compañeras” que como podrán imaginarse para mí no tenía el menor valor si tenía en cuenta que a mi amiga —en ese momento mi enemiga— le estaban entregando un diploma que correspondía al de “mejor rendimiento”.

Cuando salí del colegio tuve una crisis vocacional que duró casi tres años, pero durante los cuales realicé un tour, preparándome y postulando, a las universidades y carreras más diversas y sin aparente relación entre ellas, hasta que finalmente ingresé a psicología —sí, probablemente para explicar, entre otras cosas, todo esto que me había pasado. Hoy disfruto lo que hago. Durante la universidad me fue muy bien durante los primeros ciclos, en el cuarto me jalaron en un par de cursos que me hicieron perder medio año, de ahí en adelante todo fue bastante bien, terminé en el tercio superior, aunque nunca tuve un cuaderno completo, a pesar de que me empeñaba en cada clase en tomar apuntes.

Hasta hace poco leer me resultaba bastante tedioso, pero gracias a la sugerencia de un amigo empecé a leer cuentos y así poco a poco me fui introduciendo en lecturas más largas y complejas hasta poder disfrutarlas, aunque sigo teniendo dificultades con lecturas largas y en general para lograr engancharme.

Aun veo muchos aspectos en mí que tienen que ver con el déficit de atención. La vehemencia me impide planificar adecuadamente, aunque trabajo en eso y puedo decir que he mejorado. Facundo Cabral dice que su madre no utilizaba agenda porque todo aquello que debía hacer, se lo recordaba el corazón; eso lo entiendo, y de hecho durante muchos años me dediqué a hacer solo lo que el corazón me recordaba, pero hoy es casi indispensable para mí utilizar agendas, hacerme horarios y apuntar lo que debo de hacer aunque siempre deje espacios en la agenda para aquellas cosas que el corazón siempre me recuerda.

Nunca fui diagnosticada, excepto por mí misma hace muy poco tiempo, y bueno, un profesional y amigo confirmó mis sospechas. Creo que haber recibido medicación me hubiera facilitado las cosas, ahora cuento con estrategias que he ido aprendiendo y que me permiten funcionar organizadamente, pero si esto se hubiera detectado en mi infancia, creo que me hubiese ahorrado muchos sin sabores. Últimamente he considerado seriamente la posibilidad de iniciar un tratamiento medicamentoso que me permita trabajar y estudiar con más efectividad y menos esfuerzo innecesario.

Por otro lado, creo que fue importante la presencia de muchas personas que generaron en mí autoconfianza, lo que me llevó, a poder hoy continuar con optimismo. También sé que la motivación sigue siendo un factor muy importante en mi vida personal y en mi labor profesional.

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Testimonio aparecido en el boletín electrónico n.º 5 del APDA, del 19 de septiembre del 2004.