Esperamos a nuestro primer hijo con mucho amor. Tenía ya un nombre incluso desde antes de ser concebido. Cuando era bebe sus llantos nos ponían muy nerviosos, pero lo atribuíamos a nuestra inexperiencia. Caminó exactamente al año y empezó a hablar cerca de los tres años, quizá por el hecho de que somos padres bilingües. Empezó el nido sin problemas, pero la avalancha empezó en el kinder escolar. ”Es muy inquieto, no presta atención, habla malas palabras, hace muchas travesuras y prácticamente hay que tenerlo de la mano”, nos decían las profesoras. Cuando pasó a primer grado las quejas de los profesores eran casi diarias y a veces mañana y tarde. Nos avergonzábamos de su conducta e iniciábamos la guerra de la culpabilidad y recurrimos al castigo físico ignorando que ellos no eran ninguna solución. Pero no fue hasta el ultimátum de la directora que decidimos buscar ayuda profesional. El diagnóstico del psiquiatra infantil: Déficit de Atención con Hiperactividad. Empezamos a darle metilfenidato (Ritalín) y el progreso se hizo notorio con mejores notas y mayor concentración aunque la conducta no era muy satisfactoria todavía. Simultáneamente iniciamos terapia con el mismo médico pero quizá porque no estaba bien orientada, el propio niño terminó cansándose y no quiso volver a su consultorio. Ante la insistencia de mis padres, aceptamos llevarlo ante un nuevo pero muy experimentado psiquiatra infantil, quien indicó un examen completo psicológico, realizado por una prestigiosa licenciada. Asimismo, confirmado el anterior diagnóstico se inició una terapia para ayudar a nuestro hijo a mejorar sus hábitos de estudio y concentración, simultáneamente con la toma diaria de metilfenidato. Lamentablemente en esta ocasión la terapia tampoco funcionó y parecía que el metilfenidato tampoco ayudaba pese a tomarlo hasta tres veces al día y a sus efectos secundarios negativos como el de “rebote”. Entonces nos enteramos de la entrada al mercado de la atomoxetina (Strattera) que llegó con una campaña publicitaria mediática como la pastilla mágica y decidimos probar pese a ser un medicamento nuevo y bastante caro para nuestro presupuesto. Durante los tres meses que el niño tomó atomoxetina no observamos mayor progreso y por el contrario los problemas principalmente de conducta se agravaron no solo a nivel escolar y familiar sino en el núcleo de nosotros como pareja. Entonces recurrimos a un neuropediátra con quien decidimos volver al metilfenidato pero esta vez tomado en pequeñas dosis cada tres horas, ante la ausencia de un preparado de la sustancia de efecto prolongado. Asimismo, el niño llevó a cabo en el verano intensas actividades tanto físicas como recreativas: playa, piscina, fútbol y karate, a pesar del temor infundado que habíamos tenido de que esta última disciplina lo volviera agresivo. Todo ello fue un gran beneficio para todos nosotros porque el resultado ha sido una notoria y sustancial mejora a todo nivel. Ahora nuestro hijo empezará una nueva terapia orientada a modificar las conductas negativas puesto que para los problemas de atención ya está el metilfenidato. Quiero destacar la importancia y utilidad de los boletines del APDA —cuyo material que se renueva, y que recibimos por Internet, esperamos con tanta expectativa— y pedir a las autoridades del Ministerio de Salud que sean más sensibles a las familias con integrantes que sufren de TDAH y faciliten no solo la compra del metilfenidato sino que se acelere el ingreso al mercado peruano del mismo medicamento de efecto prolongado. No hacerlo sería continuar beneficiando al otro medicamento que existe en el mercado para el mismo trastorno, que se expende incluso sin receta médica. Finalmente creo que debe lanzarse una campaña de difusión a nivel nacional para informar y capacitar sobre el TDAH y para promover una ley de protección contra la discriminación que sufren los pacientes con TDAH, como ya existe en países del primer mundo como los Estados Unidos de Norteamérica. ____________________ |