María Esther Espejo Mera
Coach educativa

Como lo expresó el Papa Francisco, “Nadie nace padre, sino que se hace”, la paternidad y la maternidad trasciende el aspecto biológico, es asumir el compromiso compartido para criar de forma responsable y amorosa a los hijos que se tienen. Recibir un diagnóstico de TDAH genera un quiebre emocional en los padres. Sin embargo, por amor a sus hijos tienen que tomar decisiones, que los ayuden a superar y a guiar asertivamente a su hijo. Porque, muchas veces el éxito o fracaso a nivel personal y profesional de algunos jóvenes con este diagnóstico, está íntimamente ligado a las acciones y decisiones tomadas por sus respectivos padres, al tener conocimiento del diagnóstico. A causa de este, surgen muchas incógnitas: ¿De qué se trata el TDAH? ¿Qué posibilidades de éxito tendrá en la vida? ¿Cómo padres, que podemos hacer? ¿Cómo se lo explico a mi hijo, a la familia y a los amigos?  Sobre la no intervención: ¿Qué consecuencias podría tener? A continuación, daremos explicación a estas y otras interrogantes que puedan surgir ante un diagnóstico de TDAH.

El Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) es un trastorno del neurodesarrollo, esta disfunción suele generar problemas en el desenvolvimiento de la persona para adaptarse al medio ambiente, originando comportamientos no adecuados para la edad del individuo, se manifiesta en el área de la atención y la inhibición, originando problemas en el área familiar, académica, social, laboral y personal. Conviene subrayar, que este trastorno puede acompañar al individuo a lo largo de toda su vida, frenando su desempeño global y originando otras patologías de no prestarle la debida atención en los primeros años de vida.

Con relación a este tema, se ha encontrado que en 1775 el médico y filósofo Dr. Melchior Adam Weikard describió un cuadro clínico al que denomino “déficit de atención”; unos años después, en 1902, George Still describe los síntomas, originando la primera descripción sindrómica; al que denominó “anomalía en el control moral de los niños” Mara Palleda, (2009). Luego en el año 1930 se le denominó daño cerebral mínimo. Alrededor de 1960 lo nombraron disfunción cerebral mínima. En 1968 aparece en el DSM-2 como reacción hiperquinético de la infancia. También, en 1980, el síndrome denominado anteriormente en el DSM-2 como reacción hiperquinético cambio al de trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad en el DSM-3. Por otro lado, en 1994 en el DSM-4 es denominado trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). En la Clasificación Internacional de las Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10) el TDAH aparece como trastorno de la actividad y de la atención. Finalmente, en la última actualización de este manual (CIE11) se enuncia como trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Todos estos datos nos muestran, que no se trata de un diagnóstico nuevo, por el contrario, se puede apreciar que desde hace muchos años es materia de investigación en el ámbito de la neuropsicología.

Actualmente, encontramos en el DSM- 5 la siguiente definición:

“El TDAH es un trastorno del neurodesarrollo definido por niveles problemáticos de inatención, desorganización y/o hiperactividad. La inatención y la desorganización implican la capacidad de seguir tareas, que parezca que no escuchan y que pierdan los materiales a unos niveles que son incompatibles con la edad o el nivel de desarrollo. La hiperactividad – impulsividad implica actividad excesiva, movimientos nerviosos, incapacidad de permanecer sentado, intromisión en las actividades de otras personas e incapacidad para esperar que son excesivos para la edad o el nivel de desarrollo” (DSM-5, 2014, p. 35).

En una publicación del Diario Contraste de Noticias (2020) encontramos que “De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) más del 4% de la población mundial tiene TDAH y entre 3-8% de los niños padecen este trastorno. Años atrás se creía que este trastorno se suprimía en la pubertad por la disminución de la actividad motora, comúnmente lo más llamativo del mismo. En la actualidad, se sabe que subsiste hasta la edad adulta, aproximadamente, las dos terceras partes de los casos diagnosticados en la infancia. Así mismo, se debe mencionar que se diagnostica con mayor frecuencia en niños que en niñas. Dado que, los niños son más hiperactivos que las niñas, presentando estas, mayores conductas de déficit de atención. Lo que las conduce a un diagnóstico tardío, acompañado de otras patologías.

Ante la interrogante sobre la causa u origen de este trastorno, se consideran dos influjos mutuos: factores ambientales y factores genéticos. Entre los factores ambientales pre y posnatales de riesgo se tienen: la exposición intrauterina al consumo de sustancias (alcohol, nicotina, fármacos (benzodiazepinas, anti convulsionantes), prematuridad, bajo peso al nacer, exposición a elevados niveles de plomo durante los primeros años de vida y alteraciones cerebrales. Así mismo, el ambiente social y cultural pueden influir y modular la forma de manifestación del TDAH en el individuo. Por otra parte, los factores genéticos se explican por la heredabilidad de un trastorno; “En el caso del TDAH, la heredabilidad parece ser de entre un 70 y un 80%…” (Parellada, 2009, p. 35).  El TDAH tiene una base neurobiológica; es decir, se presenta una disfunción de dos neurotransmisores, la dopamina, la norepinefrina y en menor grado de la serotonina a nivel del sistema nervioso central (SNC).

Este trastorno presenta tres componentes: hiperactividad, impulsividad y déficit de atención. La presencia de uno o más de estos, genera los tres tipos de TDAH que se conocen. En primer lugar, del tipo inatento, el niño presenta falta de atención significativa en diferentes ambientes y momentos del día. Sin embargo, no muestra hiperactividad o impulsividad de modo relevante. En segundo lugar, el tipo hiperactivo e impulsivo, el niño muestra un control de la atención adecuada, sin embargo, manifiesta un déficit sobresaliente sobre el control de sus impulsos y gran hiperactividad. En tercer lugar, se tiene el de tipo combinado, el niño presenta gran dificultad para prestar atención, así como, para controlar su impulsividad e hiperactividad. Por esto, el Dr. José J. Bauermeister refiere que “Las personas con déficit de atención con hiperactividad tienen dificultad para inhibir impulsos y pueden presentar problemas de conducta, tales como llevar la contraria, desafiar, agredir y perturbar a los demás” (2014, p. 15). Esta forma de actuar les genera grandes problemas a lo largo de su vida.

Una evaluación y diagnóstico es necesario cuando la dificultad para prestar atención y autorregular el comportamiento, genera consecuencias negativas al niño y a las personas de su entorno como: infelicidad, dificultades académicas, amicales y familiares, además, presentar conductas que ponen en riesgo su integridad y la de otros. En realidad, quienes motivan a dar este primer paso son los profesores, al observar la inestabilidad académica y comportamental del niño. Lo ideal es que sea evaluado, por un neuropediatra o psiquiatra de niños experto en este trastorno. La evaluación es clínica, de ser diagnosticado con TDAH, se le prescribirán las terapias necesarias y la medicación correspondiente. Posteriormente, se realizarán evaluaciones periódicas, durante todo el tiempo que dure el tratamiento.

Para los padres, tomar la decisión de medicar al niño, a pesar de su demostrada eficacia mediante diversas investigaciones, genera una gran polémica. Para facilitar tomar esta decisión, es necesario informarse de qué manera favorecerá la medicación al óptimo desarrollo del niño. Así como, cuáles serán los efectos secundarios que podrán surgir, a fin de, crear diferentes estrategias para minimizarlos. Definitivamente, “…esta forma de tratamiento debe ser considerada y discutida con un profesional especializado en el tratamiento de la condición y que esté legalmente autorizado para ello. (…) tales como el neuropediatra, el psiquiatra de niños y el pediatra.” (Bauermeister, 2014, p. 188). Sin embargo, el uso de medicamentos será complementario, a las terapias y apoyos académicos, que el niño requiera durante las diferentes etapas de su evolución.

Exploremos un poco la idea de qué hacer, después de recibir el diagnóstico. En primer lugar, investigar, leer información científica relacionada con el tema, asistir a charlas, especializaciones o capacitaciones. Es importante conocer, a detalle, las características de este trastorno y cómo abordar los diferentes contratiempos que se puedan presentar, durante el desarrollo del niño o adolescente hasta la edad adulta. En segundo lugar, con el conocimiento adquirido, explicárselo al niño, usando un lenguaje sencillo que él entienda, de acuerdo con su edad. También, animarlo a participar activamente de la conversación, que pregunte sobre sus dudas. Puesto que el objetivo es que él entienda y tome conciencia de su condición y sepa a qué problemas se enfrentara a causa de las características que acompañan al TDAH. Conviene subrayar, que él no es el único que tiene estas dificultades, además, que él no padece una enfermedad, que él es tan saludable, hábil e inteligente como los demás. Por otro lado, manifestar cómo estas características pueden tener también aspectos positivos, lo importante es que él aprenda a utilizarlos asertivamente. Finalmente, compartir la información obtenida, con la familia nuclear, los amigos cercanos y el colegio. Definitivamente, que todo su entorno posea conocimiento sobre el tema, permitirá ofrecer el apoyo y trabajo en equipo preciso. De manera que se logre el óptimo desarrollo biopsicosocioemocional del niño o adolescente.

Ser padre de un niño con TDAH es un gran reto y una oportunidad para desarrollar todo el potencial que se tiene, a fin de lograr el óptimo progreso del niño en las diferentes áreas y etapas de su vida. Sobre todo, como es mencionado en una conferencia, por el Dr. F. Xavier Castellanos. (19 de noviembre de 2020): se debe, evitar o reducir los riesgos a los que se puedan exponer. Así, por ejemplo: las contusiones y fracturas durante la niñez; adicciones de cualquier tipo, accidentes graves, contagio de enfermedades venéreas, arrestos por delitos graves, hijos no deseados, suicidio; durante la adolescencia o adultez. De modo que un diagnóstico y tratamiento temprano, el apoyo profesional y un entorno familiar abierto al diálogo, pero con límites y reglas definidas; evitarán algunas de las situaciones descritas anteriormente.

En conclusión, el éxito o fracaso, de un niño con este diagnóstico, está estrechamente relacionado con el abordaje que se le dé; las experiencias positivas o negativas, durante los primeros años de vida, generan un impacto del mismo tipo, sobre la personalidad y actitud para enfrentar los retos que se presenten durante la vida. Es por esto, que los padres deben asumir un rol protagónico ante el diagnóstico de TDAH, ya que es de vital importancia capacitarse en el uso de herramientas y estrategias para empoderarse y empoderar a sus hijos. El TDAH, al ser un problema del neurodesarrollo, afecta la vida de quien lo padece como la de su entorno; el éxito o fracaso depende de las decisiones que se tomen en la familia; como menciona el Dr. José J. Bauermeister: “el futuro de estos amigos depende en gran parte de nosotros los adultos”.