Sheila Moody
Decidí seguir mi vocación de maestra hace exactamente 20 años y, créanme, no me arrepiento de ello; cada día que vivo disfruto lo que hago, pero si miro hacia atrás puedo darme cuenta de cuánto han cambiado las cosas, especialmente la visión y la misión que tenemos las maestras. Hoy en día nos enfocamos más en ser formadoras de vidas, no solamente a nivel cognitivo sino de seres en quienes debemos aprender a reconocer sus grandes habilidades… en ese camino me encuentro. Hoy quiero contarles mi testimonio a aquellas maestras que se inician y a aquellas que aún no saben quiénes nos necesitan, de verdad, en esta gran labor. Deseo ayudarlas a aprender a ver los pequeños detalles de los grandes detalles.
Cuando me inicié como maestra de educación inicial, era inexperta… me di cuenta de que uno aprende en el aula al lado de los niños… ellos son los que te enseñan. Recuerdo una anécdota: le pedí y exigí a la directora tener pocos niños en el aula. Pero además de eso, deseaba escoger a “los mejores”, claro está, para no tener mayores dificultades; siempre había uno que otro niño que daba más trabajo. Sin embargo, mi aspecto físico imponía respeto, me miraban de abajo hacia arriba y mi voz era un gran recurso.
Luego fueron pasando los años y me di cuenta de que algunos de los niños que ingresaban a colegios muy conocidos retornaban a nosotros, pues no se acostumbraban a ese ritmo, sus problemas eran generalmente la conducta y el no rendir académicamente. Los padres regresaban por ayuda… preguntaban qué pasaba. En esas conversaciones que las maestras solemos tener al finalizar las labores diarias, comentábamos lo tremendo del día, cada vez nos sentíamos más cansadas, cada vez con mayores dificultades y, bueno, la culpa por supuesto la atribuíamos a los padres, al no poner límites, al no dedicarles suficiente tiempo a sus hijos. Iba en aumento el numero de niños que derivábamos a la psicóloga, pero no había avances y nosotras queríamos ver soluciones prontas.
En la institución donde trabajo, hace ya bastantes años que se abrió la primaria con una línea de enseñanza personalizada, y la mayoría de padres que a ella acudían, buscaban colegio para cambiar a sus hijos porque lo sugerían las maestras, quienes les decían que nosotros recibíamos niños con dificultades. Estos alumnos postulaban, pasaban la prueba de ingreso, académicamente no estaban mal, pero en el día a día nos dábamos cuenta de que los maestros terminábamos estresados, y muchos de los alumnos acababan agotados sin lograr resultados positivos.
Fue el año pasado que al matricularme en una especialización en modificación de conducta —a la cual le debo mucho— pude escuchar que esta situación era muy frecuente. La experiencia de nuestros profesores logró abrir la mente de muchas de nosotras. Allí escuché por primera vez el término del TDAH y comprendí tantas cosas que se relacionaron con mi experiencia de maestra. Una vez una profesora de la universidad nos dijo: nunca empleen el término hiperactividad cuando se refieran a un niño inquieto, esto solamente puede ser definido por especialistas. ¿Pero qué especialistas?… me preguntaba… y ahí quedó, pero no volví a emplear el término.
De esta especialización, lo que más recordé fue el término hiperactividad y lo asocié a tantos… pero tantos alumnos que tuve y que tengo… especialmente a uno de ellos. Carlos, un niño de sexto grado que acababa de ingresar al colegio era impresionantemente inquieto, no podía permanecer ni un solo instante en su sitio, interrumpía la clase pues hablaba y hablaba, sus cuadernos eran totalmente desordenados, se olvidaba mil veces de sus cosas, en realidad no sabíamos cómo estudiaba. Sin embargo, era tremendamente hábil, cada vez que le preguntaban algo respondía bien… y sin tener ningún apunte. Sus compañeros lo veían como un niño extraño, pero lo querían por su gran habilidad para actuar y hablar en público; increíblemente, captaba la atención de todos.
Fue entonces que me llegó una ficha de la psicóloga que estaba viendo a Carlos… la actual, pues había tenido muchas… había cambiado de muchos colegios. Recuerdo la ficha, hacía preguntas sobre características acerca de su conducta en el aula, por ejemplo si permanecía sentado o no, en realidad lo describía totalmente. Hoy Carlos ya no está con nosotros, sus papás se decidieron por un colegio grande… pero sé que Carlos nos extraña. Sé que Carlos tiene TDAH pero su papá no quiere medicarlo.
A los pocos meses el tema del TDAH nos llamó muchísimo la atención a mi hermana, educadora también, y a mí. A ella le debo su gran experiencia, ella fue quien indagó sobre el APDA y juntas recibimos el curso de coaching para el TDAH dirigido a padres y profesionales.
Repetirles con palabras lo que vivimos… créanme, si pudiéramos hacerlo lo haríamos… mis sentidos se agudizaron… y sobre todo mis sentimientos, el escuchar tan valiosa información, y sobre todo el escuchar los testimonios de padres de niños con TDAH que se preguntaban ¿dónde están los verdaderos maestros?… estamos cansamos de las amonestaciones, de las notas en la agenda… es algo tormentoso.
Me sirvió para darme cuenta de mi actual misión, y se los agradezco. Soy madre y quisiera que a mi hija la comprendieran con sus diferencias pero resaltando lo valioso que tiene… a ella y a muchos más no quisiera verlos etiquetados como niños problema sino que se produjera una maravillosa alquimia que convirtiera el plomo en oro. Les agradezco a aquellas familias que me ayudaron a sensibilizarme aun más y a aprender a mirar con los ojos del alma.
Este testimonio es para ustedes, maestras y maestros de vocación, pues tenemos la gran responsabilidad de aprender a actuar con amor. Hoy que me dedico junto a mi hermana a ser terapeuta en modificación de conducta y que realizamos talleres de habilidades sociales, podemos decirles que muchos maestros quieren ver resultados inmediatos. Imposible, todo toma su tiempo y se necesita un esfuerzo en común.
Los invito a sensibilizarnos, a asumir el reto y a hacer un acompañamiento a las familias de nuestros alumnos… aquellos que realmente nos necesitan… a darnos cuenta de que no solo la psicóloga debe encargarse de ello. Los invito a ser observadores agudos y a lograr un acercamiento con las familias… a lograr que nuestros alumnos sean derivados a profesionales capaces: psicólogos, neurólogos… que lleguen a un pronto y correcto diagnóstico, porque los maestros no podemos hacer diagnóstico, solo podemos observar y derivar. Es un tema que debemos tratar con sumo cuidado.
Luego debemos comprometernos, en base a las pautas dadas por los especialistas… debemos formar un equipo multidisciplinario, comprometiendo a nuestros directivos a realizar reuniones mensuales de trabajo, evaluando el trabajo docentes, padres y terapeutas, proponiéndonos metas nuevas mes a mes. De este modo podremos colaborar con los padres en la difícil decisión de la medicación… decisión que algunos asumen y otros se resisten a tomar por la desinformación que tienen. En realidad podemos decir quienes vemos el problema de cerca, que si realmente se realiza el trabajo de manera responsable se logra un gran cambio en el niño… nuestro alumno con TDAH diagnosticado y tratado estará en clase no solo físicamente sino de mente y podrá empezar a atendernos. Valioso, realmente.
El grupo de padres que prueba solo las terapias sugeridas por el profesional, mas no la medicación, ve que se hace más difícil el cambio, demora más y finalmente se desgasta la relación familiar, la comunicación y pueden aumentar los problemas de conducta.
Pero sepan que además de la medicación, además de las terapias, además de los talleres de habilidades sociales, debemos aplicar una terapia de amor, que sea ese el soporte emocional que tanto se necesita. Con amor todo se puede.
Me siento feliz ahora de acompañar a aquellas familias que muchas veces vienen en estado de crisis, a las madres que lloran, que piden un cupo en el colegio, que quieren ser escuchadas y comprendidas, muchas de ellas ocultando la verdad que ya saben… pues sus niños son marcados como los insoportables del colegio, a los cuales las maestras a veces herimos con palabras que los marcarán por el resto de sus vidas.
Hoy debemos actuar.. y rápidamente. Seamos los maestros que comprendemos y los maestros a quienes nuestros alumnos recuerden con cariño.
Actualmente, me encuentro formándome como Coach de TDAH en el APDA y mi compromiso va más allá de una gran responsabilidad. Si pudiera trasmitirles lo que experimento cada día, lo haría… solo les pido que lean, que se informen sobre el tema y abran los brazos para esperar lo que el señor nos dio como labor.
Ojalá que pronto seamos más los maestros que podamos cambiar el tema de conversación luego de las clases del día y compartir los grandes logros de nuestros chicos diagnosticados, pues entonces sí podremos comprender a estos alumnos, que pasarán de ser un dolor de cabeza a ser una gran medicina para nuestra alma. Obremos.
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Sheila Moody es educadora responsable de Secundaria de la Asociación Educativa y Cultural Días Felices Villa Nova.
Testimonio aparecido en el boletín electrónico nº 23 del APDA, del 12 de julio del 2009.