Cuando mi hijo tenía 9 años, las profesoras de su colegio nos llamaron a su papá y a mí a una reunión y nos dijeron que no se concentraba en las clases, que su distracción era constante. La psicóloga del colegio también estuvo en la reunión y ante nuestra mirada perpleja nos recomendó que vayamos a una institución muy reconocida en nuestro país para que lo evaluaran.
Nosotros salimos muy asustados y ansiosos de esa reunión, no sabíamos de qué nos estaban hablando y temíamos por el desarrollo de nuestro hijo. Tomamos la decisión de seguir las indicaciones de la psicóloga del colegio, así que sacamos cita en la institución que ella mencionó.
Luego de varias citas en las que lo evaluaron, nos dijeron que nuestro hijo no tenía nada preocupante y que cada niño madura de distinta forma y en distinto tiempo, que ya llegaría el día en que él maduraría y que teníamos que tener paciencia. Nosotros nos quedamos más confundidos que antes, pues si las profesoras y la psicóloga del colegio habían notado que algo sucedía, ¿por qué estos profesionales no lo notaban?
Dejamos ahí la cosa, pero en el colegio nos seguían diciendo que nuestro hijo no rendía como debía y nosotros también lo notábamos en la casa cuando hacía sus tareas.
Felizmente, un día (ya habían pasado dos años) lo conversamos con un amigo y él nos recomendó a un especialista en estas dificultades. Gracias a Dios llegamos donde el neurólogo porque él lo evaluó y nos dijo que nuestro hijo tenía el trastorno de déficit de atención con hiperactividad. Nos explicó de qué se trata esto y nos mando a leer mucho. En esa cita también le recetó el medicamento Ritalin. Salimos de ahí pensando que por fin sabíamos lo que tenía nuestro hijito, aunque no lo entendíamos mucho.
Desde que comenzó a tomar el medicamento, en el colegio nos dijeron que estaba mejorando su atención y sus notas subieron. Lo más importante es que no solo ha mejorado en sus estudios, sino que ya tiene amigos, en la casa ya no pelea tanto. Su ánimo ha mejorado.
Nosotros como papás hemos leído mucho y yo he seguido un curso para aprender sobre este trastorno y sobre cómo apoyarlo en la casa.
Desde que nosotros hemos ido cambiando algunas formas de hablarle, él está más cariñoso, más tolerante y más responsable con sus estudios. También ha sido útil el tener normas muy precisas en la casa.
Yo ahora me siento una mamá más tranquila, serena y con mucha confianza de que mi hijo tendrá un futuro bueno, siendo responsable y siguiendo las consignas que se propone cada día.
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Testimonio aparecido en el boletín electrónico n.º 19 del APDA, del 21 de julio del 2008.